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La idea

·1020 palabras·5 mins
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Escritura - Este artículo es parte de una serie.
Parte 2: Este artículo

Antes de empezar a escribir es necesario una idea (o varias). De poco sirve sentarse delante del teclado y esperar que la inspiración llegue sola.

Ideas no es algo que me falte, más bien al contrario. El problema es conseguir ordenarlas y darles sentido. Pero, ¿en qué momento me visitan las musas y me conceden la divina inspiración? En el momento más inesperado, sería la respuesta corta. La respuesta larga, a continuación.

Cuando no hago nada>

Cuando no hago nada #

No hacer “nada” (nótense las comillas: no hacer nada ya es hacer algo, maldita doble negación). Esa es mi clave para desarrollar una buena idea. Gracias por su visita, puede usted pasar por caja.

Explico mi respuesta. Solemos estar todo el día saturados de información y estímulos: trabajo, móvil, redes sociales, televisión, música, podcasts, gente que te habla, perros que te ladran y un largo etcétera. ¿Cómo dejar vagar la imaginación entre semejante caos? Pues muy malamente.

Suelo aprovechar los escasos momentos de tranquilidad y soledad para permitir a la mente vagar libremente, sin forzarme a pensar en nada concreto. Esto se puede conseguir mirando simplemente por la ventana, disfrutando de un paseo tranquilo y lo que me resulta más efectivo: dormir. No es que me venga la inspiración en sueños, sino en esos breves instantes que preceden el sueño o justo después de despertar. Es el momento en el que el consciente y el subconsciente aún pelean por el control del cerebro. En ocasiones me basta cerrar brevemente los ojos por la noche, aún recostado en el sofá, para que se empiecen a formar imágenes y escenas en mi mente. Pero atención, estas imágenes y su recuerdo suelen desvanecerse tan rápido como aparecieron, así que hay que activar en ese momento la parte consciente para que tome nota de lo que acaba de pasar.

Cuando hago cosas>

Cuando hago cosas #

Maldita sea, acabo de decir que la inspiración llega cuando no hago nada y ya me estoy contradiciendo. Pues no, me refiero a hacer cosas que no requieran una gran concentración. De nuevo, el objetivo es reducir los estímulos externos y las distracciones. Así que, por ejemplo, hacer las tareas domésticas es una buena oportunidad para trabajar en una idea. Ese momento de calma, mientras doblo una camiseta y la guardo en el armario, es ideal.

Hacer deporte. Pero no cualquier deporte. Está claro que hay actividades deportivas que exigen concentración y reflexión. Pero hay otros que permiten poner el piloto automático y lograr ese momento de pausa necesario para imaginar. En mi caso me funciona correr y el ciclismo, a ser posible en la naturaleza, lejos del tráfico y de las multitudes. He hecho bastante trail y te aseguro que esos momentos de soledad, en medio de un bosque con tan solo el murmullo de las hojas de los árboles entrechocando y el cantar de los pájaros, son extremadamente inspiradores.

Situaciones cotidianas>

Situaciones cotidianas #

Los dos puntos anteriores más bien explican como desarrollar las ideas. La cuestión aún es: cuándo hacen su aparición estas ideas.

Las situaciones cotidianas o el objeto más mundano pueden desencadenar una trama en mi cabeza. Pocas veces aceptable, pero se puede ir tirando del hilo y desarrollar una idea interesante. Por ejemplo, cuando cruzo dos personas por la calle que van hablando y sólo capto una frase a medias. Sin contexto, lo que acabo de oir puede carecer totalmente de sentido, entonces el objetivo es inventar una historia en torno a esa frase. Otro ejemplo puede ser imaginar qué está diciendo una pareja que se encuentra en el otro extremo del restaurante. Podemos fijarnos en sus gestos o expresiones, y aplicando un poco de empatía recrear una situación que se adapte a ellos.

Y no necesariamente hay que cotillear a los demás: una rama de un árbol que se cae por el viento, un pájaro que pasa volando demasiado bajo delante de la ventana, la alarma de un coche o un ruido en el pasillo por la noche (no pasa nada, tengo gatos), pueden ser un buen catalizador para una nueva idea.

Hechos reales>

Hechos reales #

Dependiendo de lo que pretendamos escribir, los hechos reales son una buena fuente de inspiración. Estar al corriente de la situación geo-política actual puede llevarnos a una trama de espionaje. Los eventos insólitos, crímenes o catástrofes naturales nos darán buenos pretextos para una historia.

Leer libros de historia nos ayudará a imaginar nuevos escenarios y situaciones. Nos podemos divertir colocando personajes ficticios en un determinado momento del pasado. O mejor aún, transportarnos a nosotros mismos a otra época y tratar de imaginar cómo reaccionaríamos ante una horda de bárbaros sanguinarios que cargan contra nosotros. O como camelaríamos a una dulce y pura doncella para que nos deje trepar hasta su ventana.

Spin-off>

Spin-off #

Para terminar, aunque seguro que me dejo muchísimas fuentes de inspiración por tratar, voy a hablar de los spin-off.

¿Qué quiero decir con esto? Pues encontrar ideas a partir de obras de ficción ya existentes. Y no me refiero al fan-fiction, sino aprovechar hilos sueltos o ideas sin explotar de otras obras, sin necesariamente utilizar los mismos personajes, ni siquiera el mismo universo.

Por ejemplo, en El perfume, historia de un asesino (uno de mis libros favoritos) una parte de la trama transcurre en la perfumería de Baldini, situada sobre le Pont au Change de París. Un escenario muy particular y casi fantástico (aunque en realidad existió). Cuando uno lee el libro se queda con ganas de que ocurran más cosas sobre ese puente: ¿qué otros negocios y personajes podrían existir allí?, ¿qué oscuras tramas se urdirían sobre las aguas? Y no hay porque utilizar ese mismo puente ni época para llegar a imaginárselo. Se puede tratar de un puente repleto de tiendas de magia en un mundo fantástico; o en una ciudad steam-punk donde las casas apiladas sobre el puente se mueven junto a éste cuando debe dejar paso a un enorme barco de vapor.
Las posibilidades son infinitas.

Y no creo que sea malo inspirarse en lo existente, al fin y al cabo, somos lo que comemos.



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